Toda la verdad de las familias poderosas de República Dominicana que están detrás del desplome y la negligencia en la discoteca
La caída del techo de la emblemática discoteca Jet Set en República Dominicana no solo dejó más de 140 muertos, entre ellos Rubby Pérez. También destapó una de las verdades más incómodas del Caribe: el poder no siempre está en manos del pueblo, sino en las de unas pocas familias que lo controlan todo.
La tragedia de Jet Set no fue un accidente. Fue una consecuencia directa de la ambición, del silencio comprado y del poder absoluto de las familias más ricas del país: los Rainieri y los Bichini.
Estas dinastías, consideradas los «Rockefeller del Caribe», tienen en sus manos medios de comunicación, propiedades turísticas, bancos y una red de influencias que les permite operar por encima de la ley. Controlan emisoras, canales de televisión, periódicos y, según fuentes, también parte del corazón del Gobierno.
Jet Set en República Dominicana fue un punto de encuentro de poderosos
Jet Set no era cualquier discoteca. Era un símbolo. Un punto de encuentro para artistas, políticos, empresarios y turistas. Un lugar que, con más de 50 años de historia, se había convertido en parte del imaginario dominicano. Pero detrás de ese brillo, la estructura llevaba años deteriorada.
En 2023, el local sufrió un incendio. No fue demolido. No fue reforzado. Fue remendado y reabierto, cargado con más peso, más equipos, más ambición.
Transformadores, unidades industriales de aire acondicionado, una planta eléctrica, un tinaco de agua. Todo eso estaba instalado sobre un techo que ya había cedido una vez.
A pesar de las advertencias de los vecinos, de los niveles de vibración elevados, de los pedazos de concreto que ya habían empezado a caer días antes, nadie hizo nada. Nadie paró los shows. Nadie cerró el lugar. Hacerlo significaba enfrentar al poder.
Los personajes detrás de Jet Set
Antonio Espailat fue el rostro visible tras el colapso. Dio la cara ante cámaras. Habló de “solidaridad”, de “dolor” y de estar “a la altura” del momento. Pero para muchos, Antonio no es más que un testaferro. Un prestanombres que actúa como escudo para los verdaderos titiriteros: los Rainieri y los Bichini.
Los Rainieri, dueños del Grupo Puntacana, controlan gran parte de la industria turística del país, incluyendo el aeropuerto más importante. Su fortuna supera los mil millones de dólares. Son los arquitectos del turismo de lujo en el país, y según múltiples versiones, también están vinculados directa o indirectamente con la operación de Jet Set.
Por otro lado, los Bichini dominan sectores estratégicos: azúcar, cemento, ganadería, construcción, banca. Entre las dos familias, tienen más poder que muchos partidos políticos.
Se dice que ellos ya tienen su candidato presidencial: el actual Ministro de Turismo. Y lo peor es que nadie se atreve a mencionarlo. Porque en República Dominicana, enfrentarlos es firmar tu sentencia de muerte mediática o social.
Murieron músicos. Murieron políticos. Murieron peloteros. Murió Rubby Pérez, un hombre querido, convertido al cristianismo, que no tenía enemigos. Murió gente que fue a bailar, a celebrar la vida. Murieron ciudadanos comunes. Gente que juntó sus ahorros para una noche de alegría.

Los medios dominicanos no los defienden. No pueden. Están en manos de las mismas familias que callan, que silencian, que manipulan. Se habla de que algunos locutores fueron obligados a minimizar el hecho. Las víctimas quedaron atrapadas entre escombros, pero también entre mentiras.
El techo no fue lo único que se derrumbó. Se desplomó la confianza. Se desplomó la impunidad disfrazada de elegancia, dijo Javier Ceriani en su editorial diaria.
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